La sociedad actual está sometida a cambios que se producen a un ritmo vertiginoso, que plantean continuamente nuevos problemas y que exigen nuevas competencias. Debemos ir adaptándonos a ello y, al mismo tiempo, comprender que nuestro papel es ayudar a estudiantes y colegas a “aprender a aprender”, de una manera autónoma, en esta cultura del cambio, atendiendo a que la integración de la tecnología se ha convertido en una demanda social, una necesidad para los educadores, un derecho para los estudiantes y una obligación para las instituciones educativas. 
 
Poco a poco, las denominadas metodologías activas ganan protagonismo. Con su introducción en las aulas, la enseñanza se centra en el estudiante de una forma constructiva, y pasa a formar parte activa de su aprendizaje. Aunque pensamos que las metodologías activas son una práctica educativa relativamente reciente, no es así. El trabajo en equipo y la resolución de problemas basados ​​en situaciones de la vida real son dos de las bondades del uso de las metodologías activas. Se puede asegurar, que lograron una mayor motivación y participación por parte de los estudiantes, quienes pueden contrastar sus puntos de vista con sus pares, exponer sus propios razonamientos y lograr que la comprensión sea mejor.